Relato: El misterio de Tupungato
Acababa
de llegar a Salta para cubrir la noticia del hallazgo de unos
restos momificados encontrados cerca
del volcán
Tupungato,
en la Cordillera de los Andes, próxima a Mendoza.
Se trataba de una joven inca, que de confirmarse su autenticidad
sería la cuarta momia hallada tras el descubrimiento en 1999 de los
Niños de
Llullaillaco,
cerca de la cima del volcán Llullaillaco, en el oeste de la
Provincia de Salta (Argentina).
Niños momificados que
se remontan al siglo XV o XVI.
Aunque
la noticia había causado cierta expectación entre los científicos
no me apetecía mucho desplazarme hasta allí, pues hacía pocas
semanas había llegado de Phnom Penh en Camboya. Pero la situación
laboral en el periódico no estaba demasiado bien como para negarme a
ir, ya que en los últimos meses habían despedido a muchos
compañeros. Así que no tuve más remedio que aceptar el trabajo del
"pelo rata", mi jefe, en alusión al bisoñé que se empeña
en llevar en el 2015. Por otra parte, pensé que podría aprovechar
el viaje para visitar Las
Salinas Grandes, en
la Provincia de Jujuy. Una extensión de dos cientos doce kilómetros
de sal cristalina muy famosa en el mundo.
Antes
de partir a Salta, hice mis primeras averiguaciones sobre el tema,
que resultaron ciertamente reveladoras. Según la información unos
cazatesoros estadounidenses habían encontrado a la joven sin los
objetos clásicos en los rituales de ofrecimiento a los dioses:
tocados, utensilios de cocina, comida, bebida, y demás a diferencia
de los Niños de
Llullaillaco, lo que creó confusión entre la comunidad científica.
También averigué que el Museo de Arqueología de Alta Montaña de
Salta había hecho pública la noticia dos semanas después del
descubrimiento. Información que se apresuraron a desmentir. Además,
gracias a la ayuda de un contacto que trabajaba en aduanas, supe que
los cazatesoros ya habían tenido algunos problemas con la ley pero
siempre quedaban en libertad.
Tras
un largo viaje llegué a Salta y me acomodé en una habitación del
hotel Colonial Salta, un edificio histórico del siglo XIX, muy
central y emplazado frente a la Plaza 9 de Julio. Luego abrí mi
maletín y revisé mis notas. Pero algo no encajaba en aquel asunto.
Por ejemplo: que
se hubiera informado de ello dos semanas después del hallazgo, que
no se hiciera mención a ningún objeto encontrado junto a la joven,
a pesar de que había un testigo que lo corroboraba o que no se
hubieran autentificado todavía los restos.
Por
eso, para buscar una explicación, lo mejor era entrevistarme con
Santino
López, director del Museo de
Arqueología. Pero antes me di una ducha rápida. Luego me fui
caminando pues el museo no quedaba muy lejos, a tan solo un par de
minutos si tomaba la calle Bartolomé Mitre.
El recibimiento fue
cortés, con café y bollería. Lo que fue un acierto, pues no había
comido nada desde hacía horas. La conversación, aunque amena, se
alargó más de lo deseable. Pero aprendí mucho sobre Salta como que
en antaño había sido una ciudad rica pero ahora su riqueza procedía
del trabajo sumergido, del sector primario y del turismo, debido a
sus parajes naturales de incalculable valor y al descubrimiento de
Niños de Llullaillaco. Pero cuando empecé a preguntarle si no era
extraño que no se hubieran encontrado objetos pese a que un testigo
sostenía lo contrario, el rostro del director cambió de color.
Parecía incómodo y contestaba con evasivas. También restó
importancia a la tardanza en la publicación de la noticia pues era
un procedimiento rutinario para evitar un conflicto diplomático
entre Estados Unidos y Argentina, al ser cazatesoros estadounidenses
quienes la encontraron. Pero al insistir en saber más al respecto,
se agitó e interrumpió la entrevista argumentando que tenía otro
encuentro a esa hora y se fue. Pero antes pidió a Alberto Agar, el
becario, que me mostrase el museo, si lo deseaba.
La visita resultó
apasionante: sacrificios de niños, restos arqueológicos ...
Congeniamos muy bien desde el principio. Tanto, que al finalizar la
visita me invitó a enseñarme la verdadera Salta. A mí me encantó
la idea y acordamos quedar el sábado a las diez de la mañana delante de la puerta de mi hotel para hacer.
Luego nos despedimos
y me dirigí al ayuntamiento a ver Yanaira Vega, la concejala de
Cultura y Deportes. Quería saber cómo andaba de presupuesto el
museo. Mientras esperaba pude contemplar la belleza interior del
edificio. Salas y pasillos que habían conservado su estilo colonial.
La reunión fue breve y por el lado financiero todo estaba bien.
Cuando salí del
ayuntamiento tenía un hambre feroz y como ya eran las ocho de la
tarde me fui al Charrúa, uno de los mejores restaurantes de asados
recomendados en mi guía turística. De repente, cuando pagaba la
cuenta, vi a través de la ventana pasar a Santino López con dos
hombres. Por su apariencia parecían ser los estadounidenses y los
tres se dirigían a un café en el que les esperaba Yanaira Vega. En
ese momento, sonó el móvil. Era Alberto. Proponía quedar mejor al
día siguiente porque el sábado se celebraba una fiesta con
personalidades de la ciudad a la que tenía que acudir.
La
excursión fue inolvidable. Recorrimos
La
Quebrada de las Conchas
una serie de formaciones rocosas naturales y el Anfiteatro cuya
acústica era increíble. También conocí pequeños pueblos
indígenas que sobreviven del turismo y degusté una multitud de
productos regionales artesanales como el curesmillo y el cayote.
Cuando llegamos por
la noche a Salta hacía calor y el cielo estaba estrellado. Por eso
se nos ocurrió subir caminando al mirador desde donde divisar el
esplendor de la ciudad y a mí, por mi parte, me pareció la
oportunidad perfecta para preguntarle más sobre la relación entre
el director y esos cazatesoros. Así fue como descubrí que se
conocían desde hacía tiempo y que fue el director quien les pidió
que buscaran la momia. Pero la mala suerte de un chaparrón me
impidió seguir preguntándole y nos obligó a regresar al hotel
antes de que nos calaramos hasta los huesos.
Una vez allí, antes
de despedirnos, me pidió que le acompañara al encuentro del sábado.
Lo que acepté de inmediato. Luego me dirigí a la habitación y
encendí el ordenador para leer los emails. En uno de ellos mi
contacto me informaba de que en los últimos días habían
desarticulado en la frontera con México una red de contrabando de
antigüedades y que el nombre de los cazatesoros apareció en las
declaraciones de los detenidos. Entre los objetos encontrados había
piezas incas, mayas y hasta de la devastada ciudad de Palmira.
Así que no puede
evitar relacionar esta información con todos los datos que tenía
hasta el momento. Aunque fueran simples sospechas había suficientes
razones para abrir una investigación policial.
Intenté dormir un poco pero lo cierto era que aquel asunto me había desvelado y no podía conciliar el sueño. Así que apenas pegé ojo. Poco después de que amaneciera guardé los papeles y las notas en el maletín. Me duché y me vestí lo más rápido que pude. Ni siquiera tuve tiempo de desayunar pero no quería esperar demasiado tiempo a revelar lo que sabía. De modo que me encaminé al ascensor, apreté apresuradamente el botón y entré. Fueron tan solo dos minutos los que se necesitaban desde mi habitación hasta el hall de entrada del hotel pero a mí se me hicieron una eternidad.
Una vez llegué al rellano del hotel llamé a la comisaria. Al teléfono se puso Andrés Estrada, un policia recién licenciado, o eso pude deducir por su torpeza al tomar nota de mis palabras a través del teléfono. Eso, y además de que se le cayó varias veces el teléfono al suelo mientras hablabamos.
A los diez minutos llegué a la comisaria. Allí me recibió algo agitado el comisario González. Me hizo pasar a un cuartucho en el que apenas se podía respirar. Una mezcla de olor a puro y sudor hacía irrespirable la estancia. Los muebles anticuados no se acomodaban al único objeto bonito de aquel lugar. Se trataba de uncuadro azteca que colgaba de la pared. Por todas partes había carpetas y archivadores. Cientos de papeles e informes se agolpaban sobre la mesa, lo que hacía un poco complicado explicarle con total claridad la conclusión a la que había llegado.
Aquella habitación había anulado por completo mis sentidos. El comisario González debió de percatarse de que estaba a punto de desmayarme cuando abrió rápidamente las ventanas y pidió al policía estrada un café bien cargado de azúcar.
- Tómeselo. Le sentará bien. Y perdone este caos pero desde hace unos meses estamos aquí solo hombres y ya sabe como son estas cosas.
Mientras se disculpaba me bebí casi de un solo trago aquel café y poco a poco volvió el color rosado a mis mejillas. Entonces pude contarle todo lo que había averiguado hasta ese momento.
Bastó solo unos minutos para convencerle de que detrás de todo aquello había algo desagradable. Levantó el teléfono y ordenó a la brigada de robos de antigüedades que se personara allí.
Así fue como se pudo desenmascarando una red de contrabando de
antigüedades en la que estaban implicados además de los
estadounidenses, también el director del museo y la concejala.
Yo, por mi parte, me tomé unos días libres para disfrutar de una ciudad que me había acogido cálidamente desde el principio.
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